PALABRAS MUDAS
Suena el despertador. Se levanta corriendo. Prepara el
desayuno. “Mierda, la leche”. Baja corriendo al trastero casi a tientas porque
todavía es de noche. Busca desesperadamente la cerradura de la puerta del trastero,
hasta que sin saber cómo, consigue encajar la llave en la cerradura. Abre la
puerta. Allí está el cartón de leche, esperando casi desesperadamente a ser
salvado de aquel zulo que era el trastero. Sale de allí, cierra la puerta y
sube corriendo las escaleras cual liebre escapando de su depredador. Entra de
nuevo al piso, y casi inconscientemente, hace todas las operaciones necesarias
para desayunar. Mira el reloj. “Mierda, no me da tiempo” –piensa. Se apura.
Coge la mochila y sale rápidamente por la puerta sin apenas coger las llaves.
Atraviesa la calle como un rayo y tras cinco minutos ya está en las puertas del
instituto esperando a que los conserjes le abran la puerta. Minutos después, ya
está allí, en aquella sala grande, solo, sin ruidos ni nadie que le moleste.
Suena el timbre de clase, y Sandra se apresura para no
llegar tarde. Coge sus cosas, las cuales estaban desordenadas por la sala, y
sube siguiendo el estrecho pasillo a su clase. “Toc toc” –suena la puerta- “¿Se
puede pasar? –dice-. La profesora asiente y Sandra se dirige a su sitio, allá,
al fondo de la clase, sola, como cada día. “Hoy hablaremos de…” –se la oye a la
profesora, que ha iniciado la clase-. Pero Sandra no está atenta a eso, sino a
la conversación de sus compañeros. “Este fin de semana por fin es la audición,
hay que dar lo máximo que podamos de nosotros mismos si queremos ganar” –dice
Miriam. “Si, eso es lo que vamos a hacer” –le contesta Diana.
Mientras tanto, Sandra le da vueltas a lo maravilloso que
sería poder participar en la audición, ya que desde siempre ese había sido su
sueño. Pero en el fondo ella sabe que es imposible, que estando sola, sin
ningún apoyo en aquella cárcel que era para ella el instituto, jamás podría
demostrarles a todos su talento. Pero a pesar de esto Sandra nunca ha perdido
la ilusión.
“¿Y qué hacemos con la margi?” –puede escuchar Sandra
desde su asiento. “¿Cómo que qué hacemos? En esta audición no hay sitio
para gordos…” –dice Diana elevando el
tono para que Sandra pueda escucharlo bien. Pero esto a Sandra no le quita la
ilusión, ya que está acostumbrada a oír ese tipo de burlas sobre su sobrepeso.
Suena el timbre. Los pasillos del instituto se
transforman en una avalancha de alumnos ansiosos por salir de allí. Todos menos
Sandra, que como todos los días, se quedaba allí, sola, sin ruidos, sin nada,
sola con su música.
Sandra baja a prisa las escaleras para llegar a la sala
de actos oficiales, que es el único lugar donde puede ensayar en paz, ya que en
su casa está su padre, que le pega porque no adelgaza. Saca sus “trastos” (que
era como ella los llamaba) y comienza a ensayar.
Desde el gimnasio, Pablo (el guaperas del instituto)
parece oír algo que le sorprende. “¿Y esta música?” –se pregunta a sí mismo.
Anonadado por la belleza de la letra, y por el tono de la voz, va siguiendo los
sonidos, que le conducen hasta la puerta de la sala de actos. Allí queda
sentado, admirando la belleza de esa música, y decide asomarse por la rendija
de la puerta para ver quién es aquel ángel, cuya voz amansaría a las fieras más
terribles. “¿Qué?” –queda atónito. No lo puede creer. Se queda paralizado unos
instantes al ver que la persona que está cantando era la última persona que
espera encontrarse allí, Sandra, la chica a la qué todos (incluido él en alguna
ocasión) habían humillado. En ese momento Pablo decide entrar sigilosamente a
la sala, y saca el móvil. Espera a que Sandra inicie otra canción y le graba.
Sólo falta un día para la audición. Aunque Sandra sabe
que no va a poder participar con el grupo está emocionada. Se levanta de la
cama, pero a diferencia de los demás días, no desayuna. Se viste, se asea, y
sale por la puerta. Llega al instituto rápidamente, y se pone a ensayar sus
canciones. Pronto toca el timbre, y se dirige a clase. Lo que no se espera es que
allí la aguarda su peor pesadilla, su padre, que en vez de ir a trabajar, había
ido al instituto para hablar con la tutora de Sandra sobre su sobrepeso. Al
entrar a clase, Sandra se queda paralizada, en Shock. Al enterarse de lo que
están hablando, ve su mundo acabado. Había soportado muchas cosas, pero que su
padre la humillara de esa manera, pudo con ella. Cuando al fin su padre se va,
Sandra se sienta en su sitio. El día transcurre con normalidad para todos,
menos para ella, cuya mente está ocupada ahora por una única idea.
Suena el timbre de fin de clase, pero esta vez, Sandra no
se queda allí, sino que sale por la puerta principal, donde puede distinguir
una serie de insultos referentes a su obesidad. Cuando por fin sale de, cruza
la calle, y se dirige al puente de Carlshon, a 3km del instituto. Sandra está
paralizada, pensante, con miedo. No puede creer lo que va a hacer. No puede
creer que haya sido vencida, ya que siempre había salido adelante. Tras unos
minutos de reflexión, coge una tiza que había cogido del instituto y escribe
“ADIOS”. Sin pensarlo dos veces, sube a la barandilla del puente, y se deja
caer al vacío.
Trajes negros, velas, flores, llantos. Eso es lo único
que se puede ver en el día de la audición, que ha sido aplazado un día por el
fallecimiento de una alumna, Sandra. Todos los alumnos del instituto están
apelmazados alrededor de una mesa en la que se concentraban los objetos
personales de la alumna. “Guardemos todos un minuto de silencio, porque hoy es
un día triste. Ayer falleció una alumna, Sandra Cabecero Ruán, por suicidio”
–dice la tutora.
Pablo, presente, se siente indignado, frustrado. Escuchar
a aquella chica cantar, le ha hecho cambiar, le ha hecho mejorar. Armado de
valor se adelanta y dice:
-No señora profesora. Esta alumna no se ha suicidado. A
esta alumna la hemos matado entre todos nosotros. Sí, nosotros (yo incluido)
llevamos machacando a esta alumna psicológicamente desde que entro a este
instituto. Y todo por no ser como nosotros. Yo admito que también lo hice, pero
me he dado cuenta, aunque sea tarde. Creo que ya es hora de dejar de juzgar a
la gente por sus apariencias, y empezar a hacerlo por sus talentos.
Después de decir esto, Pablo saca el móvil, y empieza a
oírse una canción que deja a todos con la boca abierta.
-Esto, esta bella melodía, es con lo que hemos acabado.
Ahora ya solo queda esto, una simple melodía…simples palabras mudas de algo que
podía haber sido, y no fue.